Granada cuenta, a lo largo de su historia, con una larga serie de pobladores que puede rastrearse hasta los fenicios, quienes, en el año 1000 a. C. establecieron pequeñas colonias de las cuales luego nacería Granada.
Los cartagineses -recordemos, enemigos de los Romanos y cuyo principal líder, Anibal, logró llegar al corazón mismo del imperio con sus elefantes- conquistaron esta región, quitandole el poder a los fenicios y habitando, entre otras ciudades, la primitiva Granada.
Luego Granada pasó de manos cartagineses a manos romanas quienes, a su vez, la perdieron a manos de los visigodos quienes realmente le dieron la importancia debida, incrementando su tamaño y convirtiéndola en un importante centro urbano durante más de doscientos años.
Cuando los ejercitos moros entraron en España una de las ciudades que conquistaron fue, precisamente, Granada, ciudad a la que enriquecieron no solo a nivel material a lo largo de los siglos, construyendo hermosos palacios, grandiosos jardines e imponentes templos, sino también a través de sus conocimientos científicos.
La influencia musulmana se sintió además en la agricultura, ya que se incorporaron nuevos sistemas y se sumaron, a los cultivos tradicionales, la explotación de naranjas, limones, almendras, arroz y caña de azúcar.
Finalmente en el año 1492, los Reyes Católicos, Fernando e Isabel conquistaron Granada, que se habia convertido en el último reino moro existente en España. Aunque la convivencia entre musulmanes y cristianos fue buena durante varios años, la suma de una serie de medidas tomadas por la corona -impuestos más altos, obligación de bautizmo en la fe católica, prohibición de hablar cualquier idioma que no fuera español- terminó generando el éxodo másivo de árabes que repercutió negativamente en la cultura de la ciudad y la región.
La admiración despertada por los visitantes a lo largo de los siglos XV y XVI terminó generando un efecto negativo en las autoridades locales, quienes decidieron borrar en la medida de lo posible el impacto arquitectonico musulmán, construyendo nuevos edificios que opacaran los antiguos: así se construyó una Capilla Real, un Hospital Real y el palacio de Carlos V.
Desde el siglo XVII al siglo XIX no hubo grandes modificaciones dentro de la ciudad en parte como consecuencia de las malas decisiones tomadas en los años anteriores -especialmente la expulsión de los musulmanes repercutió muy negativamente en la economía local- a lo cual pronto se sumaron catástrofes naturales como terremotos y epidemias.
Esto afecto la población que disminuyo considerablemente hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando un fuerte impulso inmigratorio permitió recuperar el antiguo esplendor con una reactivación económica que permitió construir obras urbanas importantes, como la plaza de toros del Triunfo.
A comienzos del siglo XIX, Granada se encontraba en una buena posición, en parte gracias al hecho de que residian en la ciudad númerosos burocratas, lo que generó el nacimiento de un poderoso sector vinculado a la prestación de servicios, el comercio y la artesanía.
El reinado de Isabel II potenció el perfil más moderno de Granada, ciudad que, además, se vio beneficiada por el éxito económico a nivel nacional de sus azucareras de remolacha. La incorporación de Granada a la red de ferroviarios permitió multiplicar sus posibilidades comerciales al llegar sus productos a nuevos y mejores clientes.
El éxito alcanzado, como siempre, se vio reflejado en el incremento de la población existente: se paso de los poco más de setenta y cinco mil habitantes a comienzos del siglo a los ciento cincuenta mil en mil novecientos cuarenta.
En el año 2000, los habitantes de Granada llegaban ya a las 244.000 personas, número que reflejaba el éxito de la ciudad al ofrecer trabajo no solo a las personas nacidas y criadas en ella sino también a todos los hombres y mujeres que quisieran elevar su estandar de vida en una ciudad moderna y actual, con amplias posibilidades comerciales y una generosa oferta educativa y cultural.
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